
Homenaje a “el croco”..


El Fragmento VI no corresponde a ninguna situación real. El autor (yo) lo ha imaginado todo.



Fragmento VI
Despedida de un Colega
A las 15 horas de Chile, en Viña del Mar, en la iglesia inmensa en la bajada de agua santa, en un día de verano del 2007, nos encontrábamos congregados, una multitud, para despedir a: “el crocco”, como le llamaron repetidamente sus camaradas de la roji-negra, supongo, aludiendo a alguna militancia de juventud.
El Crocco se había resbalado en el Plomo, en su segundo ascenso al macizo Andino, tal vez sin dominio suficiente con sus zapatos con grampones para caminar sobre el hielo desnudo y empinado y casi sin coeficiente de roce.
La nave del templo atestada de moros y cristianos (y algunos roji-negros), se preparaba para el sermón siempre sabio y prudente del sacerdote católico; pero de pronto, surge desde el sector del altar, compases de tango orquestado.
Yo padecía de un resfriado fuerte y un poco ausente alcancé a pensar “qué raro, parece un tango”. Casi inmediatamente empecé a presentir que la ceremonia no iría por los caminos del señor.
Pero qué digo: ¿quién sabe cuáles son los caminos del señor?
Una voz suave y reposada, aunque con gran entereza, empezó a oficiar de maestro de ceremonias. Me imaginé que debía ser un sacerdote, nadie puede, como ellos, dirigirse a un público en semejante trance, con tanta propiedad.
Luego del tango, la voz cálida y equilibrada preguntó si alguien quería decir un testimonio de despedida del difunto . Su esposa se dirigió al extraño público, con voz a veces quebrada de emoción, a veces quizás, con un sesgo de reproche, y sobre todo al comienzo para fijar pautas tal vez, nos entregó un panegírico hiperbólico del perfil humano y semi-divino del esposo-amante-padre-hombre y fantasma.
No es posible traducir en lengua escrita la instalación existencial, espacio-temporal que empezó a desarrollarse entre las sagradas murallas del edificio atestado de almas, mientras afuera, la gente permanecía estacionada, sin poder entrar, en la cercanía del pórtico sagrado, de las puertas del templo. La segunda intervención, parece, fue de su hermana.
A esas alturas, mi resfriado nublaba mi entendimiento, el ensueño creaba extrañas emociones y agitaba mi espíritu, no estoy muy seguro del orden de los acontecimientos que imagino y narro.
Cánticos en idiomas inusuales y desconocidos, discursos encendidos, emocionados, nostálgicos, testimoniales, comprometidos, anecdóticos, y perplejos. Discursos en clave, códigos desconocidos, y también, de reproche: “Crocco, cuando estabas arriba en la montaña.. ¿te acordaste de tu señora?”.. “Crocco, cuando el aire helado y delgado, tenue y mágico del cielo y de la altura te embriagaba: ¿te acordaste de tus hijos?”..
Discursos solemnes: “Crocco ahora ya llegaste a la cumbre.. Era lo que querías?.. siempre aspiraste a más, nada era suficiente..”
No es fácil simplificar al lenguaje escrito, lo que ocurre en una reunión de almas, en una lengua que no sabe hablar de lo sagrado (quizá porque 2000 años de fe dogmática (a veces sangrienta) debilitan las bases del ADN de lo sagrado).
No puedo contar lo que aconteció en aquella tarde, al interior del templo. Pasaron muchas cosas. Yo sólo percibí algunas. Por ejemplo, estoy muy seguro que no hubo misa. Tal Vez no era necesario. Quizás “el croco” no era católico. Su hermana explicó que ese había sido su barrio de infancia y ésa la iglesia de su entorno.
La muerte de el “croco” está por encima de nuestros cálculos pequeños, ciertamente, pero, como decía Ortega “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Obviamente hablaba de salvación existencial, ya que la otra salvación es negocio de dogmáticos (sin afán despectivo).
Estas líneas crudas, y sinceras, son el testimonio bruto de mi lectura de la despedida de nuestro colega y compañero de labores, quien demostró ser un personaje muchísimo más complejo de lo que algunos pensábamos.
Alfonso Videgain
Marzo, 2007